lunes, 14 de septiembre de 2015

#operaciónbicicleto IV. Valdesalor - Plasencia

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Qué cosa esa de la constancia. Volver a la vida rutinaria a veces hace dejar de lado a las cosas que nos llenan de verdad. Voy a leer por donde iba porque ni siquiera me acuerdo.
Hmm... Ya me encuentro. A partir de ahora voy a intentar ilustraros con el mayor número de fotos posibles.

Valdesalor, fin del cuarto día. 
Volví a entrar en el albergue y saqué el cargador solar de su bolsillo en el manillar para usarlo de linterna. La encendí y fui poniendo todo un poco en orden cuidando de no despertar al francés.
Me subí en la litera ya que nunca me ha gustado dormir abajo con un colchón a medio metro sobre mi cabeza. Dormí sin sábanas, ni saco de dormir ni esterilla, y hasta que no concilié el sueño, la litera no dejó de crujir ni rechinar.


6 de la mañana del quinto día.
Suena el despertador de mi móvil, que había dejado en la cama de abajo precavidamente para no dormirme después de apagarlo. El francés apareció en la cocina cinco minutos más tarde cuando yo estaba cociendo unas pequeñas patatas que había traído desde Sevilla. Iba a complementarlas con huevos fritos, y mientras esperaba hice té. Le ofrecí al francés pero insistió en que iba a ver si encontraba algo en la gasolinera al salir del pueblo para desayunar, y si no ya en Cáceres. Nos despedimos con un apretón de manos y un "bon chemin".

Tras desayunar bastante bien, pero no mucha cantidad, proseguí mi camino e inflé bien las ruedas en la gasolinera. Pensaba comprar fruta en Cáceres, pero al encontrar todo cerrado y preguntar el porqué, me dijeron que era domingo. Entonces volví al mundo real y seguí las indicaciones hasta llegar a un McAuto, donde me pedí un café, una hamburguesa con huevo frito, bacon y queso, un big mac, las patatas fritas más grandes que tenían y mucho ketchup. Después de hablar un rato con unos chavales que se acercaron a preguntarme qué me traía entre manos, proseguí pedaleando café en mano, hasta que volví a parar, esta vez a pie de carretera para dar cuenta de mi segundo desayuno.


Durante bastantes kilómetros tuve un embalse del río Tajo a mi lado, hasta que llegué a Cañaveral, un pueblo de unas pocas calles en el que me metí debajo de una fuente nada más llegar. Luego di cuenta del bic mac que traía desde Cáceres, me bebí un litro de agua con una pastilla isotónica disuelta y mientras descansaba a la sombra en un banco vi llegar a un peregrino de a pie al que había saludado al adelantarlo en el embalse.
- ¿Todo bien?
- Estaba cerrado el albergue del embalse donde pensaba quedarme hasta mañana, y sin agua y sin nada tuve que venir aquí. Y me voy a duchar que hasta que no lo haga no dejo de sudar. Si te quedas aquí, ¡hasta mañana!, que no puedo más.
Al rato vinieron dos cicloturistas, pareja, uno con alforjas y la otra sin ellas. Eran sevillanos y habían comenzado esa mañana el camino de Santiago en Cáceres. Pensaban haber descansado ese medio día en el albergue del embalse, pero al igual que al otro peregrino les había sorprendido cerrado, y sin agua tuvieron que hacer los últimos km para llegar. Me preguntaron sobre la piscina, si era gratis la entrada o había que pagar. Les dije que no sabía. Ellos entraron y al poco salió uno de ellos a decirme que para los peregrinos sí.
Como yo no tenía la credencial, procuré que vieran la bici hasta arriba de equipaje y no preguntasen. Una vez dentro vacié todas las monedas de mi cartera y pedí el tinto de verano más grande que pude.


La pareja ciclista pensaba pasar la noche en Grimaldo, a unos 8 kilómetros de allí. Iban por caminos y el ritmo es más lento, además de que puede uno encontrarse con un mayor número de dificultades técnicas. Al ir yo por carretera pensé que si llegaba a Plasencia mejor que mejor.
Se me olvidó comentar que esa mañana pinché la rueda de atrás, y aproveché para cambiar la cámara vieja por una de las antipinchazos. Malgasté dos bombonas mágicas inflacámaras y dejé la rueda un poco blanda, ya que no fui capaz de descifrar el funcionamiento correcto, y como sólo me quedaba una, decidí rodar con esa presión, y aquí en Cañaveral pedí una bimba a los bicigrinos.

Hasta Grimaldo fue subida, y una vez llegué, pude disfrutar de una media hora de avance rápido sin pedaleo. A pocos kilómetros de Plasencia paré en una gasolinera en busca de calorías. Compré una botella de Coca-Cola y alguna cosa de chocolate. El terreno era un falso llano, apenas una ligera subida en la que el azúcar me ayudó para el último tirón. Entré en Plasencia por un polígono industrial de lo más feo. Entre la mierda encontré un cajero que me cobró dos euros de comisión. Lo bueno, que hasta el centro de Plasencia prácticamente era todo bajada suave. Sin pedalear, fui descansando y observando, y una vez llegué a las bonitas calles peatonales del centro me bajé de la bici y fui a pata. Ya el sol se había perdido detrás de las casas, iglesias y catedrales, y paseé sin prisa mientras buscaba un albergue que acababa de descubrir a través de Google. Vi la Plaza Mayor, la Catedral Vieja y la Nueva, calles antiguas llenas de viandantes y eché un ojo por si descubría algún sitio barato para cenar o desayunar.

Catedral vieja, edificio románico del siglo XIII.

Había bastante gente por las calles, en la Plaza Mayor estaban montando un escenario para un festival de música y al día siguiente era lunes mayor, y al otro martes menor, una especie de mercados que se habían convertido en fiestas del pueblo.

Plaza Mayor de Plasencia.

Al llegar al albergue llamé al timbre pero nadie contestó (más tarde me enteré de que el timbre no funcionaba). Llamé al teléfono de la fachada, bajo "Albergue Santa Ana", y Miguel me informó de que en teoría había que llamar para reservar, aunque amablemente, dijo que no había problema, que él venía en diez - quince minutos. Dejé pagado el albergue y subí todo a la sala. Había varias salas, y no mucha gente, así que pude disponer de una para mí solo. Le pregunté dónde podía cenar barato y acabé en un kebab. Bonito y barato.


Con el estómago lleno seguí paseando por el centro, y al volver al albergue conocí a Juan Pablo, un argentino que andaba por España investigando sobre los orígenes de su familia aquí, la razón por la que viajaron hacia el continente americano y se asentaron allí, etc.

Decidí que la mañana siguiente la pasaría descansando en el albergue, sin prisa por levantarme, y al caer la tarde avanzaría unos 30 km hacia Aldeanueva del Camino.

12:04 de la mañana del sexto día, Plasencia.
Fui a un supermercado a comprar un poco de todo y sandía fresquita. Juan Pablo se había marchado y entablé conversación con un turco llamado "Celal" (creo). Le presté mi camping gas porque el hornillo del albergue no calentaba ni para atrás, y me ofreció unos filetes a cambio. Decliné por cortesía, porque realmente no comía un buen filete desde tiempo atrás... y eso tenía que arreglarlo pronto.

Desayuné un "revuelto" de champiñones que me sabió a gloria (y pongo revuelto entre comillas porque yo apenas remuevo la mezcla).


Pasé la mañana leyendo la revista "Muy interesante", que acabé regalando a Celal al verlo leyendo folletos de publicidad por aburrimiento.

Haciendo un poco de caso al móvil, había bastante gente que me apoyaba desde lejos. Obvio los nombres por no olvidarme ninguno. A todos y todas, gracias.

Me asombré de lo lejos que quedaba ya Sevilla...


Nos quedamos aquí entonces. Allí estaba yo, casi a medio viaje, con unos pocos kilómetros a la espalda y otros pocos al frente. Qué pequeño era el mundo. Ese pequeño puntito que era yo estaba cruzando algo tan grande como España, el país en el que siempre había vivido. Descubrí entonces que cualquier vida sedentaria me aburriría, moverme por el mundo hasta que se me quede chico y pueda irme cuando quiera es más entretenido.

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