martes, 22 de septiembre de 2015

#operaciónbicicleto V. Medio viaje en un minuto

<-- capítulo previo

La próxima vez que escriba sobre un viaje lo haré en el mismo día, ya que ponerme a escribir esto sentado en una silla me aburre de sobremanera. Por eso mismo voy a escribir a cámara rápida lo que pasó desde que terminé mi descanso en mi Plasencia hasta el final. Y para el próximo viaje escribiré diez minutos antes de dormir...

Agua bastante potable.

Esa tarde obvié bañarme en el río porque oscurecía y volví a la carretera rumbo a Aldeanueva del Camino. Llegué de noche, sin luces en la bici, y una vez en la puerta albergue, en el que ya no me esperaban dadas las horas, me fui a sentar un banco y resultó que iba a juego con la cuesta de la calle, por lo que no podía uno sentarse cómodamente sin que le doliese alguna parte del cuerpo. Llegó la dueña del albergue tras llamar por teléfono, pagué y me dio las llaves. Cené y dejé preparado el desayuno del día siguiente, unos espaguetis que cuando me desperté habían evolucionado a puré porque no les quité el agua.

Me adelantaron a la salida unos peregrinos de habla inglesa, y los alcancé más tarde cuando salí. Iban andando por el lado contrario de la carretera que debían (es obligatorio ir contramano andando, y por el arcén), y se lo dije.
'Yeah, thanks, it looks safest!', me respondieron.

Empecé la mañana subiendo un puerto de 1202 metros, el de Vallejera o el de Béjar, no estoy seguro. Luego bajé un buen tramo, me tomé un café en Béjar después de un pequeño ajuste de la rueda trasera y proseguí hasta Guijuelo, donde comí. A las cuatro de la tarde, a una buena temperatura, llegué a Salamanca y estuve con un colega de la Tuna de Magisterio de Sevilla. Iba de viaje con unos cuantos del grupo, rumbo a Santiago de Compostela. Tras encontrar el albergue y darme una ducha prácticamente caí rendido. Un coreano me enseñó a decir buenos días en su idioma y yo le comenté que aquí en España no solíamos comer la mermelada a cucharadas. Un chaval me ayudó a preparar la ruta porque decidí que al día siguiente me desviaría de la N-630 por primera vez.

Llegué a Toro (Zamora) al día siguiente, donde había música y gente bailando en una plaza, y estaba el pueblo animado. Cené con un chaval de allí, Fernando se llamaba. Me recomendó un sitio donde se comía bien y barato, y me contó la historia del malagueño que hizo el Camino de Santiago desde allí, con un burro, un perro, sin dinero y sus pocas pertenencias sobre el asno. Él mismo lo acogió en su casa, le dio algo de dinero y le acompañó al siguiente pueblo andando, donde fue recibido con bocadillos y cervezas.
Las vistas eran buenas desde la Colegiata...
El día siguiente me dio la bienvenida con un terreno de subida y bajada constante que se hizo difícil. Me tomé unas lentejas en lata y no sé si fue el calor que las fermentó... o que estaban malísimas, que durante un rato tuve una fatiga...

El día siguiente fue plano. Muy plano. Pero hacía viento, generalmente en contra, que me hizo sufrir mucho en las últimas horas. Tuve un encuentro planeado con una de las familias que se dirigía hacia Asturias al igual que yo, pero en coche como buenos consumidores del siglo XXI. Me dieron una nactarina y un paquete de jamón serrano que les agradecí en el alma. Me prometieron una buena cena si al día siguiente subía los Picos de Europa y llegaba hasta Potes.
Esa noche descansé en Guardo. Con el presupuesto racionado para los pocos días restantes compré muchas porquerías en un supermercado y cené fuerte.
De noche en la calle echaba de menos un abrigo y un pantalón largo (que no llevaba en las alforjas), así que volví pronto a la pensión para meterme bajo las mantas. La rodilla izquierda me dolía tanto que tuve que subir los diez escalones hasta la habitación a la pata coja.

Y al día siguiente lo hice, subí los tres puertos de montaña que me separaban de Potes. Fueron unos 5100 metros de altitud en total. En el último puerto de montaña me doliero los cuádriceps a más no poder, sobre todo el derecho que se llevó el mérito, ya que el izquierdo iba de gratis.

Cené con ellos en un buen restaurante; tomé una hamburguesa enorme de buey, patatas y cerveza. Fueron buenos con Yeims... Me preguntaron que dónde quedaba mi hostal al salir, les dije que no sabía, que ya lo buscaría, y resultó estar frente al restaurante...

Entonces sólo me quedaban cincuenta kilómetros hasta Arenas de Cabrales, mi destino final. Fue todo bastante suave, sin pedalear mucho. Paré en los mejores sitios a cocinar, descansar y hacer fotos.

Los Macarro, aquellos buenos samaritanos que me dieron jamón, nactarina, buen ánimo y una cena, me recibieron con alegría y chocolate con leche.

Mis padres llegaron una hora más tarde, y fue bonito el reencuentro, pero nada que ver con las películas. El hijo que anduvo perdido por España doce días no lloró, su madre un poco sí, y su padre estuvo orgulloso de él durante un tiempo.

Realmente fue como terminar una etapa más. El final no fue tan épico como cualquiera se hubiese esperado. Llegué, simplemente... el camino suele ser más emocionante que el destino.

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