jueves, 13 de agosto de 2015

I. Crónica de mis andanzas pedaleando Sevilla - Asturias #operaciónbicicleto

Desde hace unos días llevo pensando en ponerme a escribir sobre mi viaje en bici por España. Da pereza sentarse delante del ordenador, pero en cuanto uno lo hace, las palabras fluyen solas. Es de noche y quizás me adentre en la madrugada si sigo con fuerzas, y ya que estoy me tumbo en la hamaca del jardín y espero a las Perseidas.

Entre los ochocientos y los novecientos kilómetros habré rodado por España, camino a Arenas de Cabrales (Asturias) desde Sevilla, contando con desvíos, paseos, búsqueda de recursos... ya sabéis.
En mi planificación original yo iba de Sevilla a Santiago de Compostela, y luego a Asturias. Unos 1400 kilómetros en 14 días, a 100 kilómetros por día, ritmo que yo consideraba razonable porque una vez fui de Sevilla hasta casi el Castillo de las Guardas y volví, haciendo mis primeros 100 kilómetros seguidos, con una mochila a los hombros y dos euros cuarenta en el bolsillo.
La casualidad hizo que dispusiese de un número menor de días, y decidiese ir directamente hacia Asturias y dejar el camino de Santiago para otro momento (ya pienso en el francés o el primitivo a pata para el año que viene). ¿Por qué hacia Asturias? Porque varias familias habíamos alquilado para una semana allí, y la mía llegaría el día 9. Mi intención: sacrificar mis dos semanas de playa, que al final se me hacían largas y repetitivas, para pedalear desde Sevilla hasta Arenas de Cabrales en 13 días. He aquí la crónica de mis andanzas.

Minutos antes de salir desde mi nueva casa.

Me mudaba yo de casa a finales de julio, y poco después iba a subirme a la bici y comenzar mi viaje. El lunes 27 tuvimos que llenar varias veces el coche de mi padre y llevar cajas con los de la mudanza porque no podían dar más de sí y el que hizo el presupuesto y horario de la mudanza tuvo unas expectativas demasiado altas. Al final del día, cansado, sudado, dolorido y rodeado de cajas de cartón, aproveché las alforjas que había preparado antes de la mudanza para sacar mi neceser, toalla, jabón y algo para cambiarme. Le presté a mis padres una navaja que llevaba en una de las bolsas del manillar de la bici para que pudieran ir abriendo cajas y sacar lo esencial. Cenamos en el Mr Beer, bar de un amigo, y decidimos que lo mejor sería posponer mi partida, ya que no me hallaba demasiado dispuesto para levantarme pronto y salir. Hacía tanto calor que aproveché que mi nuevo cuarto tiene terraza y saqué la cama fuera para dormir.

Obviando el día anterior, solo mencionando que el contenido de mis alforjas nos hizo el apaño más de una vez, nos hallamos en la mañana del miércoles 29. A pesar de que me había levantado pronto, acabé saliendo a las once y algo. Me movía bastante lento, pensando en lo que estaba a punto de comenzar, y me costaba despedirme de mi familia. Mi madre no lloró porque estaba delante el arquitecto de la casa. "¿Que se va a Asturias en bici?"

Aproveché lo que pude por ciudad para llevar el sombrero en lugar del casco, pero al salir a carretera a la altura de Camas, tuve que dar el cambiazo. Poco antes, no acostumbrado al peso de la bici, la dejé apoyada de cualquier manera sobre la pata de cabra, se me cayó y el guardabarros delantero (que solía rozar cuando le venía en gana), comenzó a hacer de las suyas. Con muchos kilómetros por delante, decidí tirarlo al primer contenedor de plásticos y metales que vi.
El calor era espantoso, y sin llegar a los 20 kilómetros de recorrido, vi un cartel de zona de descanso a 500 metros en la derecha, colocado justo en un camino de tierra, por lo que interpreté erróneamente que era a 500 metros una vez dentro del camino de tierra. Acabé debajo de la autopista, bastante solitario y sombrío, montando el camping gas, y esperando a que pasase el calor. Eché de menos un buen libro. Pero bueno... estando solo uno siempre encuentra formas de pasar el tiempo.
Incluso a la sombra el calor era tan pesado que tenía que echarme agua por la cabeza y la nuca. Por lo que cuando apenas me quedaba medio litro de agua, enfilé el camino hacia la próxima gasolinera, que según mi tío, que conocía la zona de sus salidas en bici, estaba a poco. Compré una botella de agua fría, otra de limonada y rellené el resto. Pregunté a un camionero por el terreno que me esperaba por la N-630 y pasé un rato hablando con él mientras aprovechaba la sombra de la gasolinera. No había podido cargar esa tarde y tenía que pasar la noche durmiendo en el camión.
A las siete y algo continué y me encontré con las insufribles cuestas de las Pajanosas. Subida, bajada, subida, bajada. Y la bici pesaba...
A los 40 kilómetros, y ya atardeciendo, paré a hacerme la cena en un área de descanso. Al estar rodeado de árboles y pastos, me rodearon las avispas buscando mi comida. Tenía que irme moviendo para evitarlas y me topé con un hombre que paseaba a su perro. Me puse a hablar con él ya que había sido un día bastante aburrido, y en cuanto terminé de comer me despedí, recogí todo y me dispuse a hacer unos kilómetros más para llegar a la Venta del Alto. Me clavaron 35 euros, pero no tenía otra opción, además de dormir fuera... pero el presupuesto aún se hallaba intacto y en su máximo esplendor, así que decidí compensarlo poco a poco en los días siguientes.

El jueves 30 me desperté a las 7:06 con la luz del sol que entraba por la mañana. Me puse en marcha lo antes posible después de tomarme una caja de leche a medias que me quedaba y pan, mojado en leche. Todavía no había descubierto la magia de las latas de conserva.
Me puse a pedalear sobre las ocho, y comencé a subir hacia el Ronquillo. Pude aprovechar un par de horas sin calor, hasta que un silbido de la rueda delantera me llamó la atención. Primer pinchazo. Busqué una sombra junto a la entrada a una finca, y saqué la rueda del cuadro, saqué la cámara, la guardé para luego repararla, y puse una nueva. Llegó la hora de inflarla con la pequeña bimba que tenía, y no había manera... el pitorro se escurría y no podía meter aire. Ni apretando desde el otro lado, ni de otras maneras que me recomendaba mi tío ciclista por whatsapp. Había probado la bimba antes, sí, con el pitorro fino, que normalmente tiene una arandela que lo sujeta e impide que se meta dentro. Acababa de empezar... no podía venirme abajo, y me puse a pedir ayuda a pie de la carretera. Pasaban pocos coches y pocas bicis, algunos me ignoraban por completo, otros me veían moviendo los brazos, con sombrero y una botella de agua, y continuaban su camino, hasta que un grupo de ciclistas tuvo la amabilidad de parar, y con una de sus bimbas, pudieron inflar un poco la rueda, lo mínimo para llegar a la siguiente gasolinera y meterle presión. Le dije que yo lo hacía si me decía como era, para que no hiciese el esfuerzo, pero me dijo que no había problema, que le aguantase el Ferrari (las bicis de carretera no suelen tener pata de cabra). Mil gracias y un rato después comencé a andar hacia la próxima gasolinera. No estaba tan hinchada la rueda como pensaba y no quería arriesgarme a un llantazo y adiós cámara. Sólo era un kilómetro según el conductor del Ferrari y sus colegas. Llegué a la gasolinera, le metí presión, y proseguí pedaleando de mejor ánimo. En una de esas cuestas largas paré a descansar, y estaban una pareja esperando a que su perro estirase las piernas e hiciese sus cosas para volver a montarse en el coche. No eran de muy lejos y me avisó de que cerca tenía una bajada de varios kilómetros que iba a disfrutar.
El calor volvió a pillarme desprevenido, y me volví a refugiar debajo de la autopista. Como era hormigón, había menos bichos y podía hacerme la comida y echarme una siesta tranquilo. Observé que la rueda trasera estaba un poco desinflada y la fui palpando cada rato. Como no perdía aire, busqué en internet y leí que a veces, con el calor, las ruedas perdían presión sin pinchazo alguno. Deseé que fuese eso y paré en la siguiente gasolinera para meterle presión. Cuando la volví a mirar, estaba completamente vacía. Supuse pues, y comprobé después, que había pinchado otra vez. Al estar en la gasolinera fue fácil cambiar la rueda e hincharla. No recuerdo mucho más de ese día. Dormí en Monesterio, en un albergue de pura casualidad; pregunté, sin saberlo en un principio, a unos amigos de los que llevaban el albergue (Las Moreras), y ellos, que andaban cerca, se pasaron y me abrieron tras una llamada telefónica (era fuera de horario de recepción). Vi la nevera repleta de cosas ricas a medio comer, y, como estaba completamente solo en el albergue, acabé un brick de gazpacho y me tomé una manzana y un plátano. Un poco de por aquí y un poco de por allá... para que no se notase mucho. Tenía hambre. Más tarde me enteraría de que normalmente en los albergues, la gente deja la comida que no quiere cargar, para quien la quiera o necesite. El precio de la noche fue de diez euros, me dijeron que dejase la llave en el buzón, y tras volver a despertarme con los rayos del sol que entraban por la ventana, me puse en marcha bastante pronto, sobre las siete y algo.

Volviendo al presente, si es que existe, son las 0:37 y el cielo está nublado, no voy a poder ver las Perseidas. Mañana tengo un día guay por delante y quiero estar despejado. Ya sigo escribiendo en otro momento.

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