jueves, 20 de agosto de 2015

#operaciónbicicleto III. Mérida - Valdesalor

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¿Por dónde íbamos? Sí, amanezco en Emérita Augusta, en un banco a cinco minutos del Anfiteatro. Aproveché mientras me ponían el café para entrar en el baño y lavarme bien las manos con jabón, la cara con agua fría y soltar peso en el váter. Devoré unas galletas que había dejado el día anterior pensando en el desayuno, y con el café entre las manos, sorbito a sorbito, fui resucitando. Aún quedaban más de tres horas para que abriese la tienda de bicis, y me dispuse a dar una vuelta. En el Anfiteatro pregunté  una dirección a una pareja y más tarde averigüé que se dirigían hacia Sevilla. Después de un rato deambulando por el centro con la bici a mi lado y más de una pregunta de familias o lugareños curiosos, vi a un hombre sentado en un banco absorto en un libro. Un cartel a sus pies decía: "Busco trabajo y acepto comida". Pasé de largo, pero antes de llegar al final de la calle volví sobre mis pasos y me dirigí hacia él.

- ¿Ha desayunado usted?
- No, lo cierto es que no -me respondió con media sonrisa triste.
- Yo tampoco. ¿Quiere usted venirse a tomar algo conmigo? Tengo un camping gas en las alforjas, puedo hacer unos huevos fritos de desayuno, pasta...
Enrique, si no me equivoco, leía por tercera vez 'La Catedral del Mar', de Ildefonso Falcones, su libro favorito. Tenía la opción de leer el que quisiera de la biblioteca pública, pero había vuelto a elegir el mismo por tercera vez. Conocía Sevilla, y concretamente Triana. Era diabético y esa fue la razón por la que no pude desayunar con él. Necesitaba comprar la insulina, que valía siete euros, y previendo que no iba a conseguir el dinero esa mañana, ni siquiera llevaba la caja encima (necesaria para comprarla en una farmacia). No me quiso aceptar comida alegando que yo la necesitaría durante mi viaje, pero le invité a un café, junto a un amigo suyo, del que no recuerdo el nombre y que llevaba la camiseta verde que daban en la mili, con el rótulo "Ejército español". Estuve hablando con él de libros, ciudades, le pregunté por curiosidad qué pensaba de la política (que suele ser un tema del que me aburre hablar) y averigüé cómo se las arreglaba en el día a día para sobrevivir. Vivía con más gente en unos chalet abandonados nada más construidos, que aunque no tenían luz, sí agua. Habían conseguido colchones y algunos de los utensilios que encuentras en cualquier casa. Pregunté si sabía de algún sitio donde poder ducharme tras relatarle mi último día. Me indicó como llegar a la piscina pública (a la que al final no fui porque tenía hambre y quise buscar un sitio ya fuera de Mérida para comer), y el camino a la tienda de bicis. Nos despedimos con un apretón de manos, me deseó buena suerte, y dijo que esperaba que volviésemos a vernos en otra situación.
Aproveché en la tienda de bicis para usar el baño para ponerme las lentillas, rellenar los bidones y defecar rápidamente para que no oliese en exceso.
Partí bajo un sol agresivo, sobre la una de la tarde, y rumbo a Aldea del Cano, y volví a parar en un puente a un lado de la Nacional 630. Tenía que plantearme seriamente buscar mejores sitios para comer. Realmente ese día apenas tenía por delante 40 kilómetros, así que comí, descansé, repartí fotos por todos los grupos de whasapp y me eché una siesta con el sombrero sobre la cara.
Por la tarde, con fuerza renovadas comencé a pedalear, con la idea de que si me daba tiempo, pasaría Aldea del Cano, Valdesalor, y llegaría hasta Cáceres. Allí conocía a una chica y tenía la esperanza de que me diese cobijo, pero estaba fuera de vacaciones, así que al ver el cartel de Valdesalor, a doce kilómetros de Cáceres, y el sol desapareciendo, allí me quedé. Tenía una gasolinera a 400 metros y debía hinchar las ruedas, pero decidí dejarlo para la mañana siguiente.
Pregunté en el pequeño pueblo si había alojamiento barato, y me mandaron hacia el albergue municipal. Las llaves se pedían en un bar, donde me tomé un tinto de verano y pagué ambas cosas. El albergue fueron seis euros (maravilloso), y el tinto no lo recuerdo. Me acompañó uno de los de allí dando un paseo mientras hablábamos sobre el Camino de Santiago y la gente que aparecía por allí. Me empezaba a acostumbrar a que pensasen que estaba haciendo el Camino de Santiago. Y muchas de las veces que me deseaban "buen camino", daba las gracias efusivamente y me ahorraba explicaciones. Una señora me gritó que estaba loco cuando le dije que iba hacia Asturias. Realmente la ruta hacia Santiago era incluso más larga desde Sevilla. Ese mapa hay que estudiárselo.
En el albergue coincidí con un francés de unos 40 años, al que ofrecí cenar algo, pero ya lo había hecho en el bar de las llaves. Había recorrido varias veces varios Caminos de Santiago, y en su decimotercer día había llegado a Valdesalor partiendo desde Sevilla como yo. Iba andando obviamente, pero el cansancio al final del día era el mismo. Estuvimos hablando un rato aprovechando el fresquito de fuera, medioinglés - mediofrancés - medioespañol hasta que se fue a dormir, y yo en la gloria recién duchado, con un pantalón pirata, camiseta de manga corta y unas chanclas, me quedé más tiempo ahí fuera, escuchando el silencio y a las estrellas. Esa noche sentí como si todo fuera un poco más pequeño y yo estuviera creciendo. Hasta entonces había tenido mis dudas, pero en esos momentos me vi perfectamente capaz de atravesar España y llegar al Cantábrico.

Y este es el relato de mi cuarto día.


Por aquí andaba...
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